¿Engordas sin motivo? Errores a solucionar

En oposición a los jóvenes, que cuentan con un organismo en crecimiento, a partir, aproximadamente, de los 55 años, la persona inicia un proceso de degradación en el que disminuye su estatura pero su peso puede aumentar.

Si queremos luchar contra la obesidad debemos tener en cuenta que las necesidades energéticas disminuyen con los años. Un primer error en nuestra alimentación puede ser el de consumir las mismas calorías que cuando éramos más jóvenes. Si lo hacemos, la consecuencia más normal es el sobrepeso. Por el contrario, dietas demasiado bajas en calorías pueden ser deficitarias en sustancias nutritivas esenciales. Se trata por tanto de encontrar el equilibrio.

Las calorías que necesitamos

Para hacer frente a la obesidad hay que recordar nuestras necesidades diarias de calorías:

  • Un adulto de unos 50 kilos de peso, con muy poca actividad física como necesita unas 1750 calorías.
  • Otra persona con 80 kilos de peso y que desarrolle una fuerte actividad física precisará 4.800 calorías.
  • Una tercera persona, también con 80 kilos de peso y menor actividad física, requerirá, tal vez, solo 2.800 calorías.

Desciende la energía

Obesidad con el paso de los años
Obesidad con el paso de los años

Otro de los errores que nos puede llevar a la obesidad es el de olvidar que el metabolismo basal, es decir el consumo de energía necesario para el normal funcionamiento de nuestro cuerpo, va descendiendo con la edad.

Este descenso parece consecuencia de los cambios producidos en la composición de nuestro cuerpo a lo largo de la vida, fundamentalmente de la disminución de masa celular en huesos y tejidos, y el aumento de grasa corporal.

Quemar lo suficiente

Cuando de nuestra alimentación recibimos una cantidad de calorías que podríamos calificar como normal y aún así engordamos, una conclusión inicial que podemos sacar —a la espera por supuesto de un estudio de las circunstancias específicas de cada persona— es que no quemamos todas las calorías que nos aporta la dieta.

El ejercicio es primordial

Ejercicio para evitar la obesidad

Entre los errores que podemos cometer se encuentra también no tener presente la importancia que tiene el ejercicio. La actividad física influye directamente en nuestras necesidades de energía. A menor actividad física, menor necesidad de aportes alimenticios. Si olvidamos este principio, aumentará nuestro peso.

Hay que tener en cuenta que no debemos generalizar las dietas bajas en calorías para todo el mundo porque corremos el riesgo de producir un déficit en vitaminas y minerales. No se puede afirmar que todas las personas por el hecho de ser mayores han de reducir sus calorías diarias. Depende de cada persona y de sus circunstancias.

Pero lo cierto es que cometeremos un error importante si no tratamos de mantener un buen nivel de actividad física en todas las edades, adaptándose naturalmente al estado de nuestra salud. Moverse es estar vivo.

Relación con enfermedades

Estudios científicos distinguen entre obesidades que pueden estar ligadas a determinadas enfermedades y que requieren acudir a un médico especialista. Por ejemplo, un exceso de grasa en la zona abdominal alta podría estar vinculado a trastornos digestivos. La obesidad en las caderas o en los muslos podría relacionarse con desórdenes de tipo hormonal, y en los miembros inferiores con una mala circulación sanguínea.

Comer sin engordar

Consumir solo las calorías que necesitamos según nuestro estilo de vida nos ayudará a mantener siempre el peso ideal.

Hay personas que no engordan pese a comer en abundancia. Para que se produzca esta situación pueden influir un gran número de factores. Desde el tipo de vida que realiza la persona en cuestión hasta el funcionamiento de su propio cuerpo, que le lleva a eliminar con facilidad la energía que recibe.

El peso de la herencia

¿La tendencia a la obesidad se hereda? La respuesta es que numerosos estudios señalan que, en determinadas familias existe una predisposición a engordar. Según estos estudios, cuando los dos padres son obesos, el 80% de los hijos también lo son. En el caso de que uno de los padres sea obeso, pueden serlo un 40% de los hijos.

La conclusión sería que, en algunos casos, existe una tendencia genética a engordar. Otro punto importante sería analizar los hábitos alimenticios de cada familia, ya que a menudo encontramos padres e hijos con problemas de obesidad cuya raíz reside en una mala o incorrecta alimentación.

Hábitos y emociones

Estados emocionales y obesidad
Estados emocionales y obesidad

Como hemos pincelado al final del párrafo anterior, en muchas ocasiones la obesidad no tiene nada que ver con los genes. Se trataría, por ejemplo, de que un hijo puede seguir el camino de sobrepeso de sus padres. Los niños repiten las costumbres que ven en los adultos que les rodean y entre ellos el hábito de una excesiva o mala alimentación.

Otro error que cometemos en ocasiones al tratar de encontrar la causa de la obesidad es olvidar la importancia que tienen los trastornos emocionales. Situaciones de intranquilidad, de angustia o, por ejemplo, de frustraciones repetidas pueden inducir a un aumento de peso. Es significativo que este proceso se pueda originar incluso sin que exista un aumento de la comida que se consume. Es un proceso que se ha comprobado que se produce también en diversos tipos de animales.

Las cosas claras

El pan no engorda. Debemos consumirlo con moderación. Se trata de un producto altamente recomendable para nuestra dieta.

Todas las grasas no son iguales. Las grasas son imprescindibles en nuestra alimentación. Reúnen importantes propiedades, como su participación en la membrana de las células, sin las cuales sería imposible la vida. La mayoría de los expertos sugieren que el consumo de grasa no debe bajar del 25% del total de la energía consumida. Sin embargo, deben reducirse de la dieta las llamadas grasas saturadas.

La restricción excesiva de grasas en la dieta puede ocasionar falta de vitamina A, que junto con la E actúa contra el envejecimiento mejorando el metabolismo y compensando carencias minerales.

Hay que elegir bien los hidratos de carbono, ya que no todos son iguales. Frente a los hidratos de absorción rápida, cuyo consumo debe disminuirse (azúcar, bollería…) hay que aumentar el de hidratos de absorción lenta como verduras, legumbres, cereales integrales, que son minerales más ricos y que nos ayudan a evitar las carencias de vitaminas y minerales.

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